POR LA CALLE DEL MEDIO
19/09/2010

Lo sucedido en torno a Franklin Brito, Luis Ceballos, Luis Guillermo García Ponce y William Lara, son peligrosos indicadores de una sociedad que se desintegra en dos bloques, motivado aparentemente por lo político. Ricardo Sucre, hace 12 años (1998), publicó un libro titulado “la amenaza social y el autoritarismo en Venezuela”, en donde hace alusión a la ruptura social en Venezuela, cuyo origen lo remonta a los hechos del “caracazo”, donde se produjo una confrontación entre clases o grupos sociales que se caracterizaban entre ricos y pobres.

Es bien sabido que el discurso previo y posterior a la victoria del presidente Chávez, se apalancó en esta confrontación interclases sociales, en donde Chávez se erigió como el gobernante de los pobres. Gran parte de las políticas públicas y recursos discursivos se dirigieron hacia la inclusión social, causada por el favorecimiento que las grupos oligárquicos (grupos que poseen recursos políticos y económicos) en Venezuela, así como la reducción de políticas sociales orientadas hacia el beneficio de los más pobres, producto de las asesinas medidas neoliberales iniciadas en su aplicación por Lusinchi, y profundizada en los segundos gobiernos de Pérez y Caldera. Por parte de la oposición, se construyó un discurso que confrontaba con el del presidente, a través de la creación de un imaginario colectivo en donde el gobierno atentaba contra la propiedad privada, desposeyendo de beneficios a los emprendedores individuales, premiando a los flojos, pobres, parásitos de las clases con menos recursos. Ésta situación produjo una fuerte confrontación que acentuó esas diferencias descritas por Sucre en su libro, en donde el pobre era visto como mono, choro, malandro, los cuales iban en contra de lo que con tu trabajo te habías ganado, para desposeerte a la mejor usanza del viejo oeste, a punta de pistola y montado en una moto; mientras que los de clase media o alta, ricachones, oligarcas, eran visto como los vivos históricos que se apropiaron de lo que era de todos, y se beneficiaron de los recursos de un Estado que solo favorecía a las clases medias y altas.

Políticamente trajo beneficios, pues se construyeron discursos integradores y se caracterizó social, cultural y políticamente a quienes eran de “cada bando”, pero generó una profunda brecha social que actualmente nos hace una sociedad frágil y con niveles de violencia política latentes, que se expresa en el verbo de forma criminal e inhumana. Recuerdo como en el twitter se expresaban los “chavistas” de la muerte de Franklin Brito, como una muerte de alguien que decidió morir, catalogándolo como un vil canalla que pretendió hacerse de los recursos de los medios de comunicación para reivindicar una picardía, pues lo que exigía no era justo ni legal; mientras que los “opositores” consideraban este acto como heroico y bandera de la defensa de la propiedad privada y las fechorías que el Estado le ha hecho a los venezolanos de quitarte lo que es tuyo. ¿Quién tiene la verdad, que es cierto? Para los chavistas sus argumentos son ciertos, son la verdad, mientras que para los que no lo son sus argumentos también son la verdad. Definitivamente, la verdad es solo aquello que queremos creer, y quizás por ello existe la fe. Más preocupante y repugnante fue lo que sucedió en torno a William Lara, Luis Ceballos y García Ponce. Si bien se puede entender que existen diferencias políticas irreconciliables entre tendencias partidistas, no se puede aupar, ni entender que se haga sátira, burla, motivo de celebración, el hecho de que una persona fallezca por motivos naturales o trágicos. Leí a personajes públicos con un grupo importante de seguidores (personas que pueden ver lo que escribe), referirse en tono de chanzas a lo sucedido. Y claro, si nos remontamos unas semanas atrás, con la muerte de Tascón, fue incluso más ofensivo aún los comentarios y “cadenas” en las redes sociales despotricando la vida y celebrando la muerte de Luis Tascón.

Por más que las diferencias sean profundas y acentuadas, la lucha por el poder no debe obnubilar nuestra condición de humanos, de seres sociales, pues en ese momento empiezan a construirse las identidades asesinas a partir de eso que llaman los sociólogos la dialéctica de la negación del otro: “soy en la medida en que me diferencio de lo que no soy, y lo que no soy no debe existir, y carece de humanidad”. Y ello enmarcado en lo más reciente, pues si nos vamos a lo que no es coyuntura, sino a los “deseos estructurales”, muchos son los opositores que desean con fervor y fe, la muerte de Chávez, y algunos de sus personeros más cercanos.

Para desandar el camino de la violencia, mucho pueden hacer aquellos que gobiernan o pretender gobernar. Sembrar el odio no se trata de un medio para obtener un fin político, sino de un acto criminal, pues sus acciones y palabras son un eco que se siembra en los imaginarios políticos. Sancionar a quienes lo promueven, como se ha anunciado, es un acto desequilibrado, pues también desde las estructuras del poder se realiza impunemente. Pero también es una labor social, pues debe partir desde la célula de la sociedad, la familia, donde sin caer en el plano de la despolitización y la asunción de posturas indiferentes frente a la política, se debe inculcar el valor del respeto humano, los derechos que como seres vivos tenemos. Manos a la obra.