He sostenido en diversos espacios, que de los grandes logros del gobierno encabezado por Hugo Chávez, el más importante es la repolitización de la sociedad y el empoderamiento de los ciudadanos y ciudadanas, para ejercer por una multiplicidad de vías directamente el poder público. Mientras que en países como Chile y Colombia se dan profundos debates para vincular de forma más estrecha al ciudadano con los asuntos políticos, en Venezuela históricamente logramos una participación electoral cercana al 80% en las últimas elecciones. Hoy más que nunca los ciudadanos conocen la Constitución de nuestro país, conocen de sus derechos, luchan y protestan por su defensa. Recientemente, he leído sobre una doble realidad que paradójicamente ha dominado el espacio interno de los partidos políticos en Venezuela: el debate de los procesos de democratización interna.

Para nadie es un secreto que las decisiones que se toman -pero con un impacto menor en los asuntos políticos del país- en los partidos políticos tradicionales, respondían a las orientaciones de una cúpula constituida por las “vacas sagradas” de cada partido. Eran vacas blancas en el caso de Acción Democrática, o verdes en el caso de COPEI. Es desde una cúpula partidista donde se deciden los destino del partido, imponiendo candidatos y “líneas” para quienes eran sus militantes.

Esa práctica sumada a lo que el politólogo norteamericano David Coppedge definió como la partidocracia en Venezuela, deslegitimaron a los partidos tradicionales, fortaleciendo a partidos anteriormente minoritarios o nuevos, y engrosando los crecientes porcentajes de abstencionistas en los procesos electorales. En otros términos, la falta de democratización de los partidos tradiciones los condujo, entre otros factores, a la debacle del sistema de partidos en Venezuela, llegando a capitalizar AD y COPEI en 1998 sólo un 11,2% de los votos, luego de haber mantenido un bipartidismo sólido y sostenido desde 1973 hasta 1988.

Era necesario renovar los partidos políticos ampliando y profundizando su democratización interna. Tanto así que quedó consagrado constitucionalmente como un derecho y una obligación en nuestra nueva Constitución. Así está estipulado en el artículo 67 “sus organismos de dirección y sus candidatos o candidatas a cargos de elección popular serán seleccionados o seleccionadas en elecciones internas con la participación de sus integrantes”.

Sin embargo, no fue hasta las elecciones de 2008 que este principio constitucional se llevó a la práctica, cuando el PSUV dio un primer paso histórico en la selección de sus candidatos y candidatas, dando una muestra de madurez política, y marcándole el camino a la oposición. Incluso, para que quedara muestra de lo significante de este hecho, se le entregó a los electos un documento que expresaba en parte lo siguiente: “El PSUV otorga el presente reconocimiento por su digna participación en las primeras elecciones de la historia venezolana para seleccionar desde las bases a los candidatos y candidatas a gobernaciones y alcaldías de todo el país.” Hermoso momento para la democracia en Venezuela.

A la oposición no le quedó otra alternativa que adaptarse a los cambios que venía introduciendo la nueva forma de hacer política desde el PSUV. Ello lo llevó a realizar unas elecciones primarias incompletas para la selección de los candidatos a diputados en el proceso electoral pasado de 2010, aplicándolas sólo donde “consideró la Mesa de una Unidad Democrática”. Escribía en mi columna del Diario La Región sobre este suceso, que luego de la realización de una especie de conciliábulo se dictaminaba el “habemus candidatus”, donde por cierto, dejaron fuera del juego a Yon Goicoechea en los Altos Mirandinos, donde no quisieron realizar primarias, imponiendo a un político de Cumaná que no tenía mayores vinculaciones con la subregión. Fue un triste momento para la oposición, pues le significó profundas fracturas en su relativa unidad.

Pero paradójicamente, propio de esas jugadas que nos suele hacer la historia política venezolana, los roles se invierten y los hechos actuales nos han llevado a un momento previo a la V República, donde vuelven las vacas, pero ahora teñidas de rojo. Se ha pretendido frenar abruptamente la profundización de la democracia interna del PSUV, aplicando el sistema de elección por “cooptación” de muy vieja data, que ha permitido en los partidos políticos garantizar la permanencia de élites dominantes, y el control de los procesos de toma de decisiones.

Incluso, quedó consagrado en el artículo 5 de los estatutos del PSUV, donde se establece que “para la toma de decisiones y elecciones internas el partido podrá utilizar diversos métodos: elección directa, universal y secreta; cooptación, elecciones de primero, segundo o tercer grado; opinión y consenso, los cuales se determinaran por las diversas instancias de dirección de acuerdo a las condiciones políticas.”

Después de haber revolucionado las estructuras mentales de los venezolanos, insertando nuevos conceptos, símbolos, prácticas, vocablos en materia política, impactando incluso en el sector más rancio y radical de la oposición, se retrocede peligrosamente hacia la utilización de formulas restrictivas de participación directa en procesos que por su naturaleza lo demandan. Esta realidad contradice los esfuerzos que se han hecho para desarrollar una nueva cultura política, alejada de aquella heredada de la adequidad betancourtiana.

Algo similar está presente en la Ley Orgánica de Poder Municipal donde se estipula que la elección de los miembros de las juntas parroquiales se hará celebrando elecciones de segundo grado, cooptando el derecho de la elección directa, constituyéndose como un retroceso en la elección de los representantes en estas estructuras. ¿Qué está sucediendo? ¿Será que quienes proponen estas fórmulas pretenden cerrarle el paso a las generaciones de relevo, o temen que una elección directa los desplazaría de los espacios de poder en el PSUV?

Es disonante lo que pretendo afirmar, pues parece propio de una realidad bizarra, pero levanten la mirada del ombligo y evalúen lo que se está produciendo por estas malas decisiones. Lo ha dicho el presidente Chávez “me la juego con las bases populares”. Esa frase contiene la potente idea que es el pueblo empoderado el portador de la legitimidad indispensable para gobernar. Y ese clamor por revisar el planteamiento de la cooptación viene de las bases, quienes han entendido el valor supremo de la democracia participativa y protagónica.

Finalmente, hay que mirar el pasado para saber de dónde venimos y entender en dónde estamos y hacia dónde vamos: pareciera que el perro se muerde la cola, girando en un mismo eje, en aquel donde las oligarquías partidistas, o en criollo, los cogollos, se quieren enquistar haciendo un daño estructural no solo al partido, sino a la democracia participativa y protagónica, esa que hoy desconocen y desafían. Lo bueno y positivo, es que aún hay tiempo de rectificar.