Es un hecho ineludible. Venezuela necesita paz. Y erradicar lo contrario a ella, la violencia. A veces confundimos las causas con las consecuencias cuando hablamos de delincuencia, de inseguridad. Durante mucho tiempo se ha pensado que existe una relación directamente proporcional a la desigualdad social y a la delincuencia, partiendo de la hipótesis que a mayor nivel de desigualdad, mayor nivel de delincuencia. Sin embargo vemos que no es así, por ejemplo Venezuela ha descendido espectacularmente sus niveles de desigualdad (el índice de Gini ha variado entre 1999 a 2010 de 0,498 a 0,394, la mayor reducción entre todos los países de América Latina) pero ha aumentado los niveles de criminalidad.

Este clamor hizo que gobiernos locales, estadales y nacional coincidieran en espacios de planificación conjunta, llegando incluso a doblegar el capricho de quienes no habían querido reconocer la legitimidad y legalidad de Nicolás Maduro como Presidente Constitucional de la República Bolivariana de Venezuela. Pero, ahora hay que unir esfuerzos desde la sociedad. No es suficiente que los gobiernos hagan su parte, sin que los ciudadanos de forma individual y colectiva hagamos lo nuestro.

Llegó la hora de la familia, del amor, de la convivencia ciudadana. Mientras nuestros hijos, nietos, amigos, vecinos no aprendan que la vida vale por sí misma, sencillamente su valor va a seguir mediando el valor que le den al resto de las vidas. Un niño que crece en un clima de violencia familiar, agresiones, carencia de afecto y amor, es un potencial delincuente. Y en eso si hay una relación directa en una gran cantidad de caso de conducta anómica con la carencia de valores familiares.

Pero, ¿Dónde comparte la familia? ¿Dónde fortalecemos la convivencia ciudadana? Aunado a los valores familiares, los municipios y los gobiernos estadales deben fomentar la construcción y recuperación  de espacios donde compartan las familias, los parques, las plazas, los museos. ¡Cuánto se ha perdido en los Altos Mirandinos! Antes, ir hacia los pozos del Amarillo, las Plazas Bolívar, las ruinas de la mostaza, disfrutar de un parque como el de los Coquitos (recién recuperado por Corpomiranda, el tren y el parque del Encanto (cuyos recursos para su recuperación fueron asignados a Corpomiranda a solicitud del alcalde Francisco Garcés, las ya ausentes patinatas los fines de año, el acuario Agustín Codazzi, los carnavales sin tiros (no me refiero a fuegos artificiales, sino a los que matan; eran parte de la agenda de los fines de semana. Ya poco de eso queda.

En esos espacios no existe la diferencia de clase, los niños juegan sin exclusiones, los padres comparten los mismos espacios, y el encuentro familiar se fomenta. Es invertir en la pacificación social, es brindarles opciones a las familias de los Altos Mirandinos. Es gobernar para la paz.

A excepción del municipio Guaicaipuro, los otros gobiernos no han realizado o al menos ofrecido avanzar hacia una recuperación de los espacios deteriorados o la construcción de nuevos espacios. Es necesario que dentro de los planes de obras, propuestas de proyectos estructurantes, incluyan el rescate de las instalaciones para la pacificación social. Eso ayudará a consolidar una sociedad del mañana sin tanta violencia.