El pasado domingo, la militancia del PSUV ejerció el derecho constitucional de participar en las decisiones estratégicas del partido, abriendo el proceso de democratización desde la fase de postulación. Este es un hecho trascendente que contrasta con otras experiencias anteriores, pues las postulaciones de candidatos a medirse en elecciones internas, habían sido por iniciativa propia, o sea autopostulados.
A nivel nacional, fueron más de 19 mil postulaciones populares, una cifra muy alentadora para un partido tan novel como lo es el PSUV. En nuestros Altos Mirandinos, el proceso se desarrolló con una importante participación de los jefes de patrulla de los 1x10, y abrió la posibilidad para contrastar realidades ineludibles: hay mucho camino por recorrer para alcanzar la ética revolucionaria.
Aún persisten, lo que podemos llamar los resquicios de las prácticas políticas de los partidos tradicionales de la cuarta en algunos sectores de nuestro partido. Guerra sucia, infamias, calumnias, falsedades, y hasta cabilleros de baja monta, pueden encontrarse en las prácticas de sectores, afortunadamente minoritarios dentro de nuestras filas. Y justo sobre esto último es que reposa la esperanza de un cambio profundo y sensato de la forma como concebimos la política.
Sin embargo, afortunadamente, repito, es un sector muy minoritario, y que cada día se ve más disminuido. La gran fortaleza de este proceso de cambio, es que con el despertar del poder popular, se han reproducido nuevos valores y principios, que han empezado a contrastar de forma muy fuerte con esas prácticas de los rábanos, que a pesar de ser muy pocos,  algunos han permanecido en algunos espacios de poder.
Esta contienda es una buena oportunidad para reflexionar sobre el asunto de la ética. No se puede seguir impulsando a aquellos que solo se han cambiado el color de la camisa, y se han aprendido un par de consignas. El proyecto político que se viene impulsando desde hace 14 años no es compatible con los viejos actores de la política y mucho menos con sus prácticas. ¿Qué garantía ofrece quien se conduce en una contienda electoral interna como el más vil y rastrero cuarto republicano, para que después de conquistar el poder lo delegue en el pueblo organizado? ¿Qué ética revolucionaria va a guiar a quien se conduce haciendo guerra sucia, aliándose con los verdaderos adversarios de la revolución, luego de conquistar el poder?
Yo creo, que aun dentro de nuestras filas el combate sigue siendo el mismo de afuera: la ética revolucionaria contras los rábanos y kiwis de verano. Pero las esperanzas afortunadamente no están cifradas en estos, sino en las propias organizaciones del poder popular, las cuales ya han aprendido a identificar a quienes quieren transformar realidades sociales y a quienes quieren transformar su nivel de vida, patrones de consumo y estatus familiar. Luchamos contra los mismos de afuera, a veces, también adentro.

Publicado en Diario 2001 el 04/03/13